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Los lunes no me gustan ¿A quién le podrían gustar? Se acaba el fin de semana y las clases empiezan tan pronto que sientes como que hasta la mitad del domingo está ocupado por el presagio del terrible lunes. Sin embargo, este es un lunes especial y hasta mis maestros lo han notado, diciéndome que hoy luzco muy animado. Son las cinco de la tarde y vuelvo a casa tras la escuela, sigo el mismo camino que siempre, pero me hormiguean las plantas de los pies y las manos y se me encoge el estómago de la emoción, como si no supiese que clase sorpresa me depara al final de este sendero.
Me he pasado las seis horas de clase, la hora del comedor y las dos horas de extraescolares con solo una cosa en la cabeza: hoy llegaré a casa y habrá alguien ahí, esperándome. Habrá una persona que me saludará, a la que le podré contar si ha pasado algo interesante en la escuela, con la que podré ver una película o la que podré pedir ayuda para los deberes, alguien que se sentará conmigo en la mesa mientras como cereales para merendar.
No conozco al niñero, aunque mamá me ha dicho que es hijo de una vecina del quinto piso. La verdad es que jamás lo he visto y su madre, por lo que me ha explicado la mía, es esa señora callada, pero de sonrisa bonita con la que me he cruzado un par de veces en el ascensor. Espero que su hijo tenga una presencia similar, me preocupa pensar que no es amable. Además, es un chico, en mi clase las chicas no me hablan mucho, solo callan, señalan con el dedo y sueltan risillas que no me gustan a veces, pero los chicos me dicen cosas desagradables y me empujan, quizá un niñero es peor que una niñera, quizá es como mis compañeros de clase, solo que con diecisiete años y más facilidad para ser cruel conmigo. Quizá es como papá esa vez que se enfadó tantísimo que gritó y dio un puñetazo a la mesa y no pude parar de llorar en horas porque sentía que todo se me caía encima, quizá...
Me paro en seco en el camino. Odio esto, odio mi forma de arruinar las cosas buenas. Odio pensar de más, ponerme nervioso y acabar siempre con ganas de llorar, es tan decepcionante. Pero esta vez será diferente, sí, solo tengo que relajarme y andar. Solo tengo que pensar que irá bien.
Logro contener muchos pensamientos negativos, pero presionan y presionan, amenazando con desbordar mi optimismo e inundarlo todo de temor. Cada vez estoy más nervioso, mi dedo tiembla al picar el botón del ascensor y cuando entro y me veo en espejo me espanto, tengo los labios rojísimos de mordisquearlos y el pelo todo desordenado porque no paro de tirar de él. Con prisas, me enjuago los labios con la manga de la camisa y me aliso un poco el pelo con las palmas de las manos.
La puerta del ascensor se abre con un pitidito agudo y salgo buscando mi puerta. La encuentro, junto a un chico alto apoyado a su lado. Él está entretenido leyendo algo en una pequeña libreta, así que eso me da tiempo para observarlo unos segundos antes de ponerme a andar. Él es mi niñero, seguro, luce mucho más mayor que yo, mucho más alto, pero tiene un rostro suave y juvenil de todos modos. Es delgado, con ropa holgada que cae sobre su cuerpo con muchas arrugas, y tiene el pelo como los ojos, castaño oscuro, igual que su madre.
—H-hola —digo titubeando, mi voz suena más baja de lo que querría y él alza su vista del librito, buscándome con la mirada antes de bajar los ojos y encontrarme. No respiro cuando sus pupilas caen en mí. Pequeñas como alfileres, noto la tensión, como si se me clavasen. Oh, Dios, va a pensar que soy un bicho raro, que vergüenza.
Entonces él me sonríe y los grandes ojos café brillan una gentileza parecida a la de su mamá. Creo... que las cosas irán bien.
—Hola, Ángel ¿Te ha hablado tu madre de mí? Soy tu niñero, me llamo Tyler. —dice animadamente, su tono alto y enérgico me gusta, tiene mucha emoción y me pone un poco nervioso porque no estoy acostumbrado a que me hablen así, pero parece amable.
—Oh, encantado, yo me llamo Ángel, eh... digo... —me trabo sintiéndome idiota.
Él suelta una pequeña risa y por un segundo se me para el corazón. Mamá siempre ríe sarcásticamente cuando considera que soy lastimero y en clase las risas siempre acompañan a modo de eco las palabras hostiles de los chicos. Bajo la cabeza, escuchando esas tenues carcajadas en el fondo de mi cabeza, sintiendo de nuevo que no hago más que cagarla, pero entonces me fijo más en su risa, que en las risas que se me vienen a la mente. Suena amable y él me mira sonriendo después de eso, apartándose de la puerta para que pueda abrirla.
Saco las llaves de mi mochila y están a punto de caérseme por los nervios, siento su mirada en mi nuca, quemándome incluso si me ve solo de forma distraída. Me pone muy nervioso estar bajo los ojos de los demás, me siento constantemente en un escenario, delante público al que no quiero decepcionar, pero que no sé qué busca. Soy un final arruinado, abucheando.
—¿Te encuentras bien? Trae, te abro yo si quieres, debes estar mareado de venir de clase sin merendar. —dice él, tomando las llaves hábilmente de mis manos, quitándolas con un movimiento suave y abriendo después la puerta.
—Uh, sí, tengo hambre... —murmuro para excusarme, rascándome la nuca mientras me siento como un extraño al entrar en mi propia casa.
Desde que tengo memoria vuelvo solo a casa de la escuela y ahora hay algo conmigo, alguien entrado, cerrando la puerta, paseándose por aquí. Sus pasos se sienten fuera de lugar, pero me reconfortan, la casa siempre está silenciosa. Silenciosa y fría.
—Oh, tu casa es gigante, no debes aburrirte ni un poco aquí —exclama, mirando a todos lados mientras me adelanta por el pasillo. —¿Tienes videojuegos? Uy, me olvidaba, se supone que te tengo que decir que hagas los deberes antes de jugar, olvida eso. —dice haciendo un ademán con la mano mientras va asomándose a las puertas abiertas para curiosear.
—Sí, tengo consolas, después de estudiar me gustaría jugar, nunca he jugado con otra persona. —confieso, sintiéndome un poco mal después. Quizá no debería decir tantas cosas sobre mí, no cosas tan patéticas.
—¿No? ¿A tus amiguitos no les gustan los videojuegos? —pregunta curioso, entrando a la cocina una vez yo lo hago.
Parece danzar por toda la casa moviéndose de forma presta y asomándose a las habitaciones como si descubriese un lugar nuevo y emocionante y no esté aburrido, silencioso, solitario lugar.
Dejo la mochila en el suelo, en una esquina, y saco leche y cereales para merendar lo mismo de siempre. Me gustaría preguntarle si él quiere algo, pero me da vergüenza. Tampoco quiero ser descortés, así que le sirvo un tazón también.
—No tengo muchos amigos —murmuro llevando la merienda a la mesa.
Él me intercepta y sin mirarme raro por lo que he dicho ni nada de eso toma los boles y me los quita para servirlos él.
—Bueno, así estamos al mismo nivel, porque yo tampoco he jugado nunca con nadie, mamá odia las consolas porque le da miedo que conozca a tipos peligrosos por internet, así que no tengo. Oh, y no hace falta que hagas tú las cosas, niño, ya me dijo tu madre que eras muy apañado e independiente, pero mientras esté yo aquí deja que yo prepare las comidas y que las sirva ¿Si? Es decir, ese es mi trabajo, cuidar de ti.
Me quedo clavado unos segundos antes de asentir. Cuidar de mí. Dice esas palabras con tanta facilidad, sin embargo, mi cuerpo parece que apenas puede manejar la magnitud de su significado. Caen sobre mí, pesadas, misteriosas, inexploradas, y tardo en procesarlas tanto que incluso retengo la respiración. Cuidar de mí. No soy un malagradecido, mis padres me cuidan, me dan una casa, una educación genial, comida y todo lo que yo pueda pedir, pero...
<<Cuidar de ti>>
Pero ellos jamás han hecho esas palabras sonar tan cálidas.
Fin del cap ¿Qué os parece Ángel bb?
¿Si vosotros fueseis sus niñeros/as qué haríais?
¿Habríais pensado que se convertiría en un secuestrador si solo hubiéseis leído estos caps de recuerdos?
¿Qué os parece la relación que tenían ambos personajes?
Gracias por leer<3 y si os gusta la historia no olvidéis comentar y/o votar ⭐
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