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 El día pasa lento y agradable, un calor primaveral se filtra por las ventanas y el pijama de manga corta que me ha dado Ángel unas horas atrás es tan cómodo y suave como seguir pegado a sus sábanas. Observo el bosque a través del cristal unos minutos más mientras oigo la sartén chisporrotear desde la cocina y a Ángel tarareando. Al ambiente es tranquilo y el pasaje idílico. La llanura cercana a la casa es la misma que cuando vine: todo verde y salvaje, lleno de pajarillos, enredaderas que trepan sobre cualquier cosa que tenga el atrevimiento de quedarse quieta, y algún que otro bicho zumbando de un lado para otro.

Es curioso cómo, sin haber cambiado ni una sola brinza de hierba o piedrecilla del camino, el paisaje se me antoja tan distintos.

Hace unas semanas para mí este era un bosque espeluznante, una cárcel o un laberinto de raíces retorcidas que me ocultaba del mundo y me alejaba de mi salvación. Un lugar de pesadilla.

Hoy parece simplemente un bosque. Ni más, ni menos. Un sitio donde tu mayor problema es que un mosquito de pique mientras haces un picnic.

Suspiro por la idea. El sol colándose entre los árboles, las nubes arrastrándose con calma por el cielo, las ardillitas que trepan los árboles con sus apretujables mejillas llenas de bellotas... Parece un sitio que me habría encantado de pequeño, algo así como un bosque encant-

Un escalofrío me recorre, terminando en mi nuca con la sensación húmeda y fría que precede a las arcadas. Mi lengua sabe agria, mi saliva pastosa y el detestable recuerdo latiéndome en la mente.

Me levanto del sofá y me dirijo a la cocina en busca de Ángel. Quiero darle un abrazo e inhalar su aroma masculino. Quiero que se me quede la cabeza en blanco. No más bosque encantado. No más mamá.

Lo encuentro de espaldas a mí, saltando de la sartén a la olla atareadamente. Lo miro un rato en silencio, frotándome los ojos perezosamente, mientras pienso que se ve muy bonito mientras cocina. Saca las patatas y zanahorias hervidas del agua pasándolas por un colador metálico y mientas escurre las verduras zarandeando el colador con una mano, con la otra voltea un pedazo de pollo bien dorado en la sartén. Incluso está llevando un delantal rosado que le va demasiado pequeño. Me tapo la boca cuando emerge una pequeña risa, mi pecho se siente cálido y la escena es tan tierna.

Me acerco a Ángel por detrás cuando está emplatando el pollo y vertiendo las verduras en un recipiente alargado, luego lo rodea con los brazos, pegando mi rostro a su fuerte espalda. Él se queda parado un segundo, temblando un poco durante esos instantes, luego su cuerpo se relaja y deja ir una exhalación aliviada. Restriego mi cara entre sus omóplatos como un gatito mimoso de cabellos despeinados y digo:

—¿Me abrazas?

Mis mejillas se ponen rojas tan pronto hago la pregunta y hasta Ángel parece sorprendido. Se queda parado al oírme, como si no estuviese convencido de haberlo hecho, y luego deja todo para voltearse, estrecharme muy fuerte contra él y levantarme del suelo como si no fuese nada.

Me gusta mucho la sensación de volar tan pronto sus brazos fuertes me rodean. Me hace sentir tan lejos de este mundo, tan como si flotase lejos en una burbuja.

Ángel me da un achuchón extremadamente fuerte y me besuquea las mejillas mientras noto que las suyas están coloradas, después de eso me vuelve a dejar en el suelo, con sus manos aún rodeándome. Esconde su rostro en mi cuello tímidamente, dejando allí dulces y pequeños besos.

—No tenemos comida para la cena —comenta, un poco nervioso, aunque no entiendo por qué. —, había pensado, después de comer que... que podríamos ir a comprar algo.

¿Qué?

Me quedo petrificado. Sus manos me acarician la espalda un poco y él me da un beso en el cuello, uno pequeño y muy tímido.

¿He oído bien? Ha hablado tan bajo...

—¿Te refieres —trago saliva —a... salir... juntos?

—Mhm. —asiente silencioso, pegándose más a mí y esperando. Sus manos se congelan en mi espalda, en medio de los mimos, y sus dientes mordisquean nerviosamente la piel de mi hombro.

—Yo... —empiezo, todavía demasiado chocado por el repentino cambio. No sé que decir o qué espera que diga. Solo sé que me siento cálido y feliz y aliviado porque por fin voy a salir. Solo sé que esto no es una vida normal, pero que suena un poco más como una que hace unas horas. —Gracias. —susurro finalmente, sonriendo grande y con lágrimas en los ojos.

Me inclino un poco para mimarle yo la espalda y para darle un beso en el cuello y noto su respiración en el mío, sus manos reactivándose, trazando la línea de mi columna con dulzura. Sus dedos tiemblan un poco.

—Vamos a comer, siéntate, ahora haré el puré de verduras. —me dice, soltándome de golpe y dándome la espalda para ir a por la batidora.

Yo le hago caso, un poco extrañado por la forma inusual en que se está comportando hoy. Esta mañana estaba dulce, después iracundo y luego libidinoso. Después de eso ha retornado a la dulzura de antes, una tranquila y segura, donde él tiene el control siempre, pero ahora parece preocupado. Se mordisquea las uñas de la mano derecha mientras la izquierda prepara la comida.

Pero no tengo tiempo, ni ganas, de pensar en esos pequeños detalles. La realidad de que saldremos, de que saldré hoy mismo me golpea como un poderoso foco de luz. Me siento tan feliz que es abrumador. Dios. La calle. Saldré a la calle ¡A comprar! Si vamos a un supermercado seguro que habrá más gente.

Mis ojos se llenan de lágrimas. No recuerdo la última vez que vi una cara que no fuese la de Ángel o la mía en el espejo.

Manos firmes y reconfortantes cubren mis ojos y soy besado en la mejilla.

—¿Qué sucede? —pregunta Ángel alcanzando la servilleta para secar las lágrimas de las esquinas de mis ojos.

—No, nada, perdón —digo deprisa, sintiéndome profundamente avergonzado. Él asiente, comprensivo, sin necesidad de que le explique nada. Me toma de la barbilla y me hace voltear el rostro hacia él, besándome en los labios esta vez.

Me siento mejor de repente. Me da un poco de miedo que vuelva a perderlos estribos y me sienta perdido y asustado en el exterior, como cuando fuimos al bosque, pero su mano en mi hombro se siente bien y cuando salgamos puedo pedirle que ponga sus manos en mí. Que, por favor, no me suelte ni un segundo. Sé que lo hará.

—Algún día podemos salir a... a dar una vuelta o a cenar. Al cine, tal vez, si lo de hoy sale bien...

Mis ojos se abren y se iluminan como soles. Lo miro con incredulidad y él se mordisquea el labio. Sube sus ojos a los míos y los baja al poco rato, pupilas huidizas como las de un niño tímido y enamorado. Esta vez le beso yo. En la mejilla, luego en la comisura, luego en la boca. Un beso casto, prácticamente es solo un roce. Mis labios presionados contra los suyos unos segundos, notando su corazón a flor de piel en ellos. Está acelerado.

—Muchas gracias, Ángel. —susurro sobre su boca, obteniendo unas mejillas rojas y una sonrisa pequeña que no puede ocultar.

Me besa de vuelta y luego me revuelve el pelo y me empuja juguetonamente como si quisiese hundirme el rostro en el plato de puré.

—Come, anda, que se te va a quedar frío —me recrimina, rodeando la mesa para ir a su sitio y tomar la primera cucharada de su plato.

Y ambos comemos en silencio. No es un silencio incómodo o tenso, sino uno lleno de miradas furtivas y pequeñas risitas, como el que se crea a través de dos muchachos que se gustan y no saben cómo decírselo. Un silencio lleno de pensamientos desordenados, nervios bonitos y mariposas en el estómago. Porque estoy feliz de ver la forma en que Ángel se arriesga a que huya solo porque sabe que quiero salir y porque sé que él está feliz de verme feliz.

Al terminar me siento totalmente empachado e incluso paso mi mano por la curvita de mi vientre como si fuese una embarazada. Ángel ríe y me coge en volandas, besuqueándome la cara entera y llevándome al sofá, donde me lía en una manta suave y mullida hasta hacer de mí un burrito humano. En ese momento en que me acomoda entre cojines, me besa la frente y me acaricia el pelo me siento perfecto. Feliz, calentito y lleno.

Pienso en los inviernos sin calefactor, en las noches sin cenar, en el miedo a escuchar a papá llegando a casa. Y ya nada de eso puede hacerme daño.

—Espérame aquí ¿Si?

Asiento, acurrucándome en la manta y dando un gran bostezo. Y antes de poder escuchar los pasos de Ángel desvanecerse por el pasillo, ya estoy durmiendo como una marmota, totalmente atrapado por la modorra que siente uno después de una comida abundante y caliente.

Me despierto de mi pequeña siesta al poco rato o eso parece. Me asomo por la ventana, comprobando que el sol no ha bajado demasiado, aunque ya no da con tanta fuerza como al mediodía. Luego me volteo hacia el resto del salón y encuentro una pila con ropa perfectamente plegada a mi lado y a Ángel abrochándose un abrigo fino, pero largo mientras sale del pasillo.

—¿Quieres vestirte y salimos ya? —me pregunta mirándome a través del salón.

Yo parpadeo un par de veces y me froto los ojos. Sí, Ángel sigue ahí, esperando una respuesta. No es un espejismo o un sueño, es real. Realmente saldremos. Y aunque lo llevo sabiendo desde el mediodía todavía me cuesta asimilar que vaya a suceder. Sé que Ángel no me ha mentido, pero sus palabras tienen un aura de irrealidad, como cuando un niño dice muy convencido que comprará un unicornio o cualquier otra cosa total y absolutamente ridícula.

—¿Ty?

­—Oh, sí, sí, ahora me visto —logro formular, todavía sin salir de mi estupor.

Me siento ridículo mientras despliego las prendas que él a dispuesto para mí: una camiseta blanca básica, leggins negros, calcetines del mismo color y unas bambas blancas. Observo las piezas de ropa totalmente normales como si estuviese delante de la tecnología alienígena más incomprensible del mundo y entonces, sin previo aviso, una oleada de sentimientos me tumba y me pongo a llorar.

Oigo pasos acelerados hacia mí y luego sofoco mi llanto en un pecho fuerte y seguro.

—Ya está, ya está —dice una reconfortante voz en mi oído. Sus dedos pasan por mi pelo, domándolo hacia atrás. —, estás nervioso ¿Verdad?

—No sé que me pasa... —confieso, aferrándome a su ropa con los puños, arrugándole su perfectamente planchada camisa. Me siento un poco mal al ver que la he llenado de lágrimas también. —es solo que antes me has dicho que íbamos a salir y no es que no te hubiese creído, pero hasta ahora no me ha... no se ha sentido real ¿Sabes? Ha sido como ¡Boom! Un golpe en el pecho, no sé, supongo que solo estoy sorprendido.

Ángel se sienta conmigo en el sofá y me atrae hacia él, montándome sobre su regazo y quitándome las lágrimas de las mejillas con sus manos y sus besos.

—No pasa nada —susurra dulcemente, ayudándome a subir mi camisa de pijama y lego a ponerme la de salir. En el proceso me acaricia mucho la tripa y los brazos, así como la espalda baja, haciéndome sentir en una nube —, no necesitar nervioso —murmura cuando me pone de pie y me ayuda a bajar mis pantalones, abriéndome los leggins para que yo vaya colocando las piernas de una en una. Luego me pongo en su regazo de nuevo y él me coloca los calcetines, dándome pequeño y apremiantes besos en la nuca —, no si no planeas hacer nada estúpido.

Me quedo congelado un segundo por el tono en que lo dice. No es tranquilizador, sino amenazante. Su voz ha salido suave y baja, sí, pero sus palabras no tenían cariño alguno. Les subyacía un no sé qué aterrador, un aura extraña y escalofriante, la misma que uno encuentra en casas abandonadas o calles vacías a las dos de la mañana.

Me pone de pie después de su inquietante advertencia y deja las bambas en el suelo. Yo calzo mis pies en ellas y él ata mis cordones haciendo lazos perfectos. Quiero agradecerle por ayudarme a vestirme ahora que me hallo demasiado tembloroso para hacerlo yo mismo, pero un sentimiento inquietante en el fondo de mi estómago me hace estar callado. Yo sé que Ángel no me hará nada, lo sé porque no planeo hacer nada estúpido, pero aun así...

Aun así ¿Qué? No, no haré nada. No lo haré. No puedo cometer el mismo error de nuevo ¡Tan siquiera quiero hacerlo! ¿Por qué estoy tan nervioso?

—Bien, ya estás listo. Vamos —dice calmadamente, levantándose del sofá y yendo hacia la puerta que tiene a la izquierda de la cocina.

La puerta del garaje.

Mientras él va hacia ella y toma el inofensivo pomo entre sus dedos, yo me siento brutalmente enfermo. Recuerdos de ser arrastrado por esa puerta con el tobillo roto y el miedo a no ver la luz nunca más afloran y por un segundo se sienten tan reales que mi tobillo punza y caigo al suelo, quejándome mientras me sostengo la articulación.

—¿Qué sucede? —pregunta Ángel corriendo a mi lado, pone sus manos apresuradamente en torno a mí, como si fuese a escurrirme y desaparecer en cualquier momento.


Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

¿Creéis que realmente Ángel está intentando cambiar o que es todo mentira?

Si creéis que está intentando cambiar ¿Pensáis que realmente puede llegar a ser una buena persona?

Y Tyler ¿Pensáis que va a reaccionar bien una vez esté en el mundo exterior? ¿Creéis que volverá a intentar escapar?

¿Esperábais que Ángel le ofreciese a Tyler salir juntos al mundo exterior?

¿Pensáis que hay esperanzas de que puedan llegar a ser no normales, pero sí menos tóxicos?

¿Qué creéis que pasará cuando salgan?

Gracias por leer <3 nos vemos en el próximo cap :3


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