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—Me duele un poco el tobillo aún, perdón —digo, intentando quitarle importancia.
Miro el tobillo con escepticismo, como si no fuese mío. La piel está pálida, descansando como debería sobre el hueso un poco saliente. No hay hinchazón, ni profundas heridas ni oscuros moratones y, aun así, siento la sangre corriendo a esa zona hasta que arde, siento la piel inflamada, palpitando, siento el dolor del hueso maltratado.
Cierro los ojos y respiro hondo sintiendo como Ángel lleva su mano a la articulación. Pasa los dedos por encima suavemente y la rodea, palpando para comprobar que nada se siente fuera de lugar.
—Puedo ayudarte a andar —ofrece amablemente, mirando con un poco de confusión mi sano tobillo.
Yo asiento y me agarro con fuerza a uno de sus brazos, sintiéndome firme y seguro. El dolor, como si se tratase de una ilusión desaparece casi por completo, pero no digo nada. Dejo que Ángel me levanta y me rodee con un brazo la cintura, sosteniéndome fuerte para que no caiga. Se inclina un poco, olisqueando mi cabello limpio y luego dándome un tierno beso en el cuello.
—Vamos, antes de que se haga tarde —susurra, la mano en mi cintura apretándome un poco cuando lo hace.
Yo asiento y por fin logro caminar hasta la puerta del garaje sin molestia ninguna. Ni dolor, ni recuerdos, ni palpitaciones. Es como si ese espacio se hubiese vuelto estéril y esa fuese la primera vez que lo veo. Ángel anda despacio, sosteniéndome bien, y me ayuda a rodear el coche hasta el asiento de copiloto. Me sonrojo cuando abre la puerta para mí, pero luego la idea de separarme de su agarre reconfortante me hace sentir un poco enfermo otra vez. Quiero decir que no bien alto y acurrucarme en su pecho fuerte. Quiero quedarme entre sus brazos porque, por alguna razón, me siento nervioso y asustado y él es mi lugar seguro.
—Ty... —insiste él, la impaciencia brillando en su tono.
Su voz me reactiva con rapidez y me meto en el coche, acomodándome en un asiento demasiado grande para mí. Cuando alguien cierra la puerta del coche con fuerza mi corazón golpea contra mi pecho y una oleada de calor y náuseas me sacude. Noto el dolor en mi tobillo, el miedo, la desesperación, la incertidumbre... hasta que Ángel se sienta a mi lado y yo miro al suelo mi tobillo sique ahí. Pálido. Delgado. Y no encajado entre la puerta y el coche.
Me encojo un poco en mi asiento y limpio los sudores fríos de mi frente. Ángel se inclina hacia mí y cierro los ojos. El alivio me inunda el cuerpo. Separo mis labios, esperando el bonito beso, notando el cosquilleo en la lengua, el rubor en las mejillas. Y entonces noto una pequeña presión en mi pecho y regazo y la respiración cercana de Ángel desaparece junto a su olor a champú y a salado.
Abro los ojos cuando el motor ruge y miro a Ángel haciendo un pequeño puchero porque realmente quiero ese beso, pero él está demasiado distraído arrancando el coche como para verme. Noto que ahora llevo el cinturón puesto y eso me hace sonreír un poco. No es un beso, pero es una prueba de que Ángel se preocupa por mí.
Ángel pulsa el botón en su mando y la puerta del garaje empieza a levantarse poco a poco. El sol, sin embargo, entra de golpe: con solo los primeros rayos que se cuelan por la más pequeña grita es suficiente para iluminar el garaje entero y hacer mis ojos arder. Me tapo los ojos, deslumbrado, cuando la puerta está a medio camino, y no es hasta que ya estamos entrando en el camino de tierra y piedra que puedo más o menos ver. Parpadeo un par de veces, mi vista todavía achicada y algunas lágrimas en las comisuras, pero puedo ver.
Los alrededores de la casa de Ángel se extienden bastamente, verdes parajes hacia todas las direcciones, menor hacia el frente, donde el filo camino de tierra nos abre paso. Me asomo por la ventanilla con las manos temblándome y de pronto el mundo me parece inmenso por primera vez en mi vida. Una sensación indescriptible me llena el pecho, esa extraña mezcla entre admiración y miedo que paraliza el alma y retiene el aliento en los pulmones. La sensación de estar viendo algo tan colosal que simplemente te supera.
Y pensar que este es el mundo en que he estado viviendo todos estos años.
Me siento tan pequeño y tan perdido ahora mismo. Como un niño.
Un escalofrío me recorre y todos los vellos de mi cuerpo se levantan como si hiciese frío.
—Que callado estás —dice Ángel, seguido de una pequeña risa.
Me volteo hacia él y entonces su rostro capta mi atención con más intensidad que el mundo a través de la ventanilla. Su perfil es hermoso, la frente, la nariz y los labios bañados por el sol, su iris verde y grande, tan rebosante de luz que parece brillar y la pupila, pequeñita como un alfiler, encogida en el medio, dándole todo su espacio al hermoso color esmeralda. Mueve un poco la cabeza y se peina con la mano algunos mechones hacia atrás, mechones claros que hoy lucen como oro.
—Perdón, estoy tan nervioso. —digo, jugueteando con mis manos en mi regazo —Me alegro de salir, pero hace tanto tiempo que no lo hago que no sé cómo actuar —confieso, también riendo un poco, pero por los nervios.
—Siento haberte encerrado tanto tiempo —suspira Ángel, sus ojos fijos en la carretera y los labios ligeramente separados. Veo su mano apretarse en el volante, gruesas venas resaltando entre sus tendones. Los dedos tamborilean unos segundos, nerviosos, antes de volver a afirmarse sobre el timón —. Yo... realmente no quería hacerte sentir mal, pero tenía tanto miedo de que huyeses, tantísimo miedo —profundas arrugas se ensombrecen en su rostro cuando curva su boca y sus cejas en una expresión dolida. Pone la otra mano sobre el volante también y el motor ruge, aumentando la velocidad. —, pero no quiero hacerte infeliz, quiero la vida juntos que prometimos. Quiero que sea agradable, así que... estoy intentando ser agradable.
Lo miro totalmente sorprendido, olvidando el resto del mundo. No existe el sol deslumbrante, ni la infinita carretera, no existe el cinturón empujándome a mi asiento ni el rugido del motor. Solo existe Ángel y esa forma tierna y torpe de hablar, como si no pudiese encontrar del todo las palabras adecuadas. Sentimientos demasiado grandes para lo pequeñas que son las letras.
Una oleada de calor me inunda el corazón porque sé que no he hecho de Ángel otra persona: sigue teniendo ese espeluznante sótano en su casa y sigue siendo capaz de hacer la más absoluta locura si intento escapar, lo sé, pero... pero es un poco diferente. No mucho, solo un pequeño cambio.
Pero lo he hecho yo y eso me hace sentir tan orgulloso. No exactamente de él o de mí... de nosotros.
—Estás siendo agradable —digo con fina y dulce y pongo mi mano en su rodilla, apretando suavemente.
Sus manos se relajan sobre el volante y su rostro lleno de arrugas y oscuridad vuelve a ser el hermoso perfil de un ángel. La aguja que marca la velocidad se mueve poco a poco, descendiendo, y el paisaje se convierte de nuevo en árboles y no solo en borrones de color verde y marrón.
—Y me... me parecería muy agradable si cuando saliésemos del coche pudiese cogerme de la mano.
Ángel ríe unos cortos segundos y por ese tiempo su risa no tiene nada que envidiarle al sol: me hace sentir cálido y calmado. Una sensación bonita me hace sonreír junto a él y noto mariposas en mi estómago.
—Tan adorable... —susurra, negando con incredulidad.
Se voltea hacia mí, observándome un mero segundo antes de devolver sus ojos a la carretera. Me mira como si fuese una especie de ser de leyenda plantado frente a sus ojos y eso me hace sentir la cosa más codiciada del mundo. Aparto mi mirada, pero cuando él tiene la suya al frente vuelvo a admirar su esculpido rostro.
El rato pasa despacio, como si tiempo dentro del coche fuese eterno y poco a poco la luz del sol sobre mi rostro, el ronroneo del coche y el sonido de las ruedas sobre la gravilla me adormecen. Apoyo mi cabeza contra la ventanilla fría y dejo que el paisaje vaya llegando a mí a trozos. Primero el cielo azul y distante, estático pese a lo deprisa que conduce Ángel, luego las nubes que se desplazan a paso de caracol, los tejados de casas y áticos de edificios muy a lo lejos, pareciendo construcciones hechas por niños, y al final veo los árboles y las piedrecitas del camino apareciendo y desapareciendo fugazmente.
Había olvidado lo agradable que era viajar en coche o quizá nunca lo supe. En mi adolescencia, aunque todavía me faltan demasiados recuerdos, recuerdos que creo que prefiero dejar pudriéndose en algún oscuro cajón de mi mente, dudo haber ido en coche. Mamá nunca se sacó el carnet, papá decía que es porque era demasiado estúpida, como todas las mujeres. Papá decía tantas cosas y con tan poco sentido, siempre sorbiendo las palabras, hipeando entre ellas, gruñendo como un apestoso animal. Él sí sonaba realmente estúpido... aunque tenía carnet, pero jamás lo usó para llevarme a ningún sitio. Ni al hospital cuando estaba enfermo.
Nunca le di demasiada importancia, transportarse es solo ir de un punto de origen a una destinación, el trayecto no parecía importar. Hasta ahora. En este instante veloz, pero eterno, en este lugar angosto donde huele a colonia y a verano, donde tengo el mundo pasando frente a mis ojos y mi mano en una pierna cálida y agradable, siento que no quiero llegar nunca a mi destino. Me gustaría quedarme aquí, con este ángel callado que solo quiere ser agradable. Con el mundo a mi alcance, pero un frío cristal que me protege de perderme y un cinturón que me mantiene seguro. Con mi ángel.
—¿Ya estás durmiéndote? Eres como un crío —se burla un poco, alargando su mano unos segundos mientras la otra maneja el volante. Me revuelve el pelo y yo cierro los ojos, queriendo ronronear como el motor.
—Solo estoy relajado —digo, pero un bostezo me traiciona a media frase —, es bonito viajar un largo rato. No recuerdo haberlo hecho nunca.
—Puedo llevarte a lugares bonitos la próxima vez, podemos ir a la playa —dice, su voz sonando emocionada y el pie hundiéndose un poco en el pedal. El motor ruge y las vibraciones me hacen temblar la cara, apoyada contra la ventanilla —si quieres.
—Mhm... —respondo, pensativo, aunque no estoy pensando en nada.
Esta calma es extraña. Los engranajes de mi cabeza se mueven, maquinando algo, algo que no puedo escuchar. Alguien trabaja tras el telón de mi consciencia, la misma personita que tomó mis recuerdos feos y los guardó en el sótano de mi memoria. Me pregunto qué quiere, hasta que algo brota de mis labios inesperadamente.
—He recordado algo más, lo recordé hace tiempo en verdad. —no sé por qué he dicho esto ahora, cuando el ambiente estaba tan tranquilo. Temo arruinarlo, pero por alguna razón sigo hablando. —No sobre ti, sobre mí, sobre mi madre.
Tan pronto dejo las palabras fuera es como si una pesada roca cayese en mi estómago. El dolor de cabeza vuelve, afilado, uñas de mujer cortándome por la mitad en lo que pretenden ser caricias.
Ángel alza una ceja y me mira por el rabillo del ojo.
—No pareces contento por ello —comenta en voz baja, monótona, y eso me ayuda a estabilizarme un poco. —, pensaba que tu padre era un cabrón y tu madre un amor ¿Hay algo que haya cambiado?
—La odio —digo sin más, bufando después una corta risa por lo estúpido que sueno, como un niño pequeño que quiere que le pregunten pero no quiere responder. Luego suspiro y me deslizo sobre el asiento, como si me hiciese de gelatina y mi cuerpo no pudiese más con mi alma. —, la odio mucho...
—¿Quieres hablar de ello?
—No... —hipeo ¿Cuándo mierda he empezado a llorar? Genial, he arruinado mi único momento pacífico —no realmente.
El coche da un brusco giro a la derecha y mi cuerpo se mueve con él, tensando el cinturón. Oigo el crujir de la gravilla, el motor lentamente apagándose, y luego me asomo, extrañado, y comprendo que nos hemos parado a un lado de la carretera.
Miro a Ángel con confusión, pero cuando me volteo hacia él este ya está azotando la puerta para cerrarla, dejando atrás el vacío asiento del conductor. Lo veo rodear el coche, su paso rápido, pero no agitado, su cara tranquila. Mi corazón se altera un poco, él es tan imprevisible y estamos en medio de la nada... solo árboles y carretera. Y un cielo inmenso y lejano donde mis gritos quedarían diluidos si pudiese por ayuda.
Cuando abre mi puerta trago saliva. Mi corazón da un vuelco cuando se inclina hacia mí, quitándome el cinturón de seguridad; yo me aferro a este, como si realmente fuese a mantenerme seguro, y miro a mi captor con ojos de cachorrillo.
¿Y si nunca planeó llevarme al exterior? ¿Y si solo era una excusa para conducir hasta la jodida nata, matarme y dejar mi cadáver por ahí? Pero ¿Por qué?
—¿Áng-
Mi angustiada pregunta se ve interrumpida por sus labios. Suaves, cálidos, increíblemente reconfortantes. Se mueven sobre los míos en un beso tan cuidadoso que suelto el cinturón, sintiéndome inmediatamente llevado por él. Deslizo mis manos por su camisa, ascendiendo hasta el cuello y agarrándome ahí. Él se inclina más sobre mí, su boca más cerca, su lengua más profunda y su cuerpo, duro, presionando mi pecho que sube y baja.
Oigo la puerta cerrarse y sus piernas grandes empujan las mías en el asiento, casi dejándome sin sitio. Entreabro un poco los ojos y su cuerpo parece hacerse más y más grande mientras se pone encima de mí, apenas encajando en el estrecho lugar del coche. Se separa de mí un poco, sus ojos también entreabiertos y mirando directamente a los míos. El color zafiro resplandece, iluminado por diminutas lágrimas.
—Siempre supe que ella te hacía daño —confiesa sobre mis labios, su aliento tibio y la verdad escalofriante —cuando venías a mi casa con esa sonrisa enorme y te ibas como queriendo quedarte por siempre lejos de la tuya... siempre supe que tú también querías huir. Huir conmigo —sonríe un poco y me hace sonreír a mí también por la ocurrencia. Luego me da un casto beso.
Huir... eso es lo que hice. Aquel primer recuerdo que vino a mí poco después de que Ángel me secuestrase, ese recuerdo extraño e incomprensible en que yo dejaba a mi madre para iniciar una nueva vida y ella me suplicaba que volviese. Se me revuelven las tripas, he pensado tanto tiempo que se trataba de un recuerdo de un yo mezquino que abandona a su necesitada salvadora.
Y solo era... era un niño asustado huyendo.
He sido duro conmigo mismo, la culpa clavándose en mi corazón como un aguijón venenoso y ella la avispa que me pica y luego llora porque cree que su muerte es mi culpa. Tan manipuladora, tan victimista, tan asquerosa. Tan letal como papá, pero con la finura y la sutileza que él jamás tuvo. Él: una enorme bestia. Ella: una pequeña criaturita venenosa como la jodida muerte.
Otro beso me saca de mi ensimismamiento. Luego un susurro en mis labios me hace sentir en el cielo:
—Ya nadie más te hará daño, Ty, nadie. No lo permitiré. Solo seremos tú y yo, en nuestra pequeña, perdida casita. Y si algún día alguien te pone un dedo encima se lo arrancaré con mis propios dientes y lo escupiré en su boca para que lo deba tragar. Nadie. Nadie va a tocarte.
Fin del cap ¿Qué os ha parecido?
¿Os gusta la nueva dinámica que hay entre los personajes?
¿Qué creéis que le queda a Tyler por recordar?
¿Pensáis que alguien intentará hacerle daño a Tyler?
¿Pensáis que hay esperanza para ambos?
¿Qué creéis que pasará cuando lleguen a su destino y Tyler tenga que enfrentarse con el mundo exterior?
Gracias por leer <3
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