Tras varias horas de compra, Ángel ha logrado encontrar todos los productos que necesitábamos pese a que yo le interrumpía a cada rato tirando de su manga y llevándolo a un estante lleno de cosas demasiado azucaradas para nuestro bien. Nunca he comido bollería en exceso, pero tras tanto tiempo en el sótano pasando hambre y soñando con comidas innecesarias y deliciosas no he podido resistirme a hacerle añadir a la compra mil y una chuches coloridas que no había visto en mi vida. Ángel, por cada producto, me besaba en los labios llamándome su cosita dulce.
Y sigo llevando el sonrojo plasmado en la cara.
—Puedo llevar alguna bolsa, en serio —menciono cuando Ángel se cuelga la cuarta bolsa repleta a reventar en los brazos, luciendo como un espantapájaros.
—Tienes el tobillo y un brazo mal, no es buena idea que cargues peso —dice él en tono de regaño. Una sensación cálida se instala el mi pecho. Se preocupa por mí...
Le sigo por el aparcamiento, fijándome en como las tiras de plástico de las bolsas se hunden contra su piel. Luce incómodo, hasta doloroso, pero por lo demás no parece haber problema: Ángel es un grandulón y sus brazos fuertes y trabajados ni tiemblan ni flaquean por el peso en todo el camino. Yo, sin embargo, habría arrastrado una sola bolsa hasta el coche con la frente roja del esfuerzo y goterones de sudor por todos lados.
Por primera vez, pensar en la fortaleza de Ángel me hace sentir protegido, no asustado.
—Ven, ayúdame a encajar todo en el maletero.
Correteo tras él, saliendo de mi ensimismamiento. Mientras me dirijo hacia él me fijo en dos figuras vestidas de azul que también se acercan hacia el coche. Los dos policías de antes.
Mi corazón se dispara. Ellos ya no están reclinados sobre una pared, ni comiendo pipas y ni riendo amistosamente. Hablan entre ellos, caminan con pasos seguros y miran a Ángel más que de pasada.
El aparcamiento entonces se me hace eterno, corro y corro, llegando hasta Ángel con ahogo. Él pone una mano en mi espalda.
—Ey, ey ¿Qué sucede? —pregunta mientras me apoyo en mis rodillas para respirar, mi boca abierta, tomando más aire del necesario, expulsándolo antes de que mis pulmones puedan tomar el oxígeno.
Siento que me ahogo, el calor me sube al rostro, mi mente gira y gira como un huracán. Escucho los pasos de los policías cerca, veo sus zapatos lustrosos en el pavimiento, sus pantalones azules, el cinturón donde guardan las pistolas.
Un pinchazo en el pecho. Ángel sigue preguntándome qué anda mal, pero su voz se escucha lejana, como si estuviese bajo el agua. Solo puedo oír los pasos de los policías, los pasos de papá por el pasillo, los pasos de mamá en el baño, los pasos, los pasos... los pasos que llegan y me arrebatan mi única felicidad.
—Disculpen. —la voz de un agente atraviesa mis pensamientos, afilada como una lanza que me corta por la mitad y me deja clavado en el lugar.
Noto a Ángel tensarse cuando ve a los dos policías. Su cuerpo recto, los puños cerrados hasta que las venas resaltan y ese rostro serio que parece de piedra. Me dirige una mirada por el rabillo del ojo, una mirada que reluce de ira, una mirada que ruge un resentido ¿Qué mierda has hecho?
Y yo quiero gritar que nada, que yo no le he traicionado esta vez, que no sé como le han descubierto. Pero entonces la llamada me cruza la mente. ¿Mamá? ¿Ella ha hecho esto? No, no puede ser ¿Cómo?
El tiempo parece detenerse y dentro de mí un estalla una catástrofe. El miedo, la frustración, la rabia, la alegría. Miedo, porque no quiero volver con mamá. Frustración, porque mi estúpida lengua es incapaz de explicarle a Ángel que yo no quería que nada de esto pasase. Rabia, porque no soporto que me vayan a quitar lo único que bueno que tengo en la vida. Alegría, porque por fin puedo hacer lo que llevo tanto tiempo intentando: huir.
—¿Les importa si les hacemos unas preguntas? —dice el otro hombre, aunque para mí ambas voces suenan iguales: siseos venenosos.
Ángel asiente movimiento muy despacio la cabeza y tensando la mandíbula. Su cuerpo inmóvil y su cara sin expresión podrían parecer los de un hombre sereno, pero yo veo más allá. Veo los nudillos blancos de la presión, veo la nuez que se mueve cuando traga saliva, veo esos ojos... esos ojos que pone cuando sería capaz de matar por algo. Por alguien.
Por mí.
Quiero salvar a esos agentes de Ángel, de la locura que va a hacer, quiero salvar a Ángel de ellos, de que le arresten y le lancen a un maldito calabozo, y quiero... ¿Quiero salvarme a mí? Una extraña culpa me invade, como agua triste, la desesperanza inunda todo mi interior y solo me apoyo en el coche, resignado, dejando que lo que tenga que suceder suceda.
—Uhm... estamos investigando un posible robo —comenta uno de ellos y veo los hombros de Ángel caer instantáneamente, el peso invisible sobre ellos convirtiéndose en aire —, pero... ¿Está bien tu amigo?
Todos los ojos se vuelven hacia mi pecho que sube y baja rápido, hacia mi cabello despeinado, mi cara roja y llorosa.
—Sí. —dice Ángel, su mirada pesa sobre mí. Ya no es ira y eso me alivia, pero es una cruda advertencia que reza no la cagues —Sí, está bien.
Yo asiento, todavía incapaz de respirar, mucho menos de hablar. Dios, ninguna bocanada de aire es suficiente, todas son tan frustrantes, tan horribles. Siento que tendría que desencajar mi mandíbula y arrancar las costillas que oprimen mis pulmones para poder tomar un solo respiro de aire que valga la pena.
Los agentes miran con extrañez a Ángel y uno le hace un gesto con la cabeza a otro. Lo miran con sospecha y a mí me miran con preocupación.
No, no, no... no puedo ser tan obvio. No puedo estropearlo ahora. No.
—No parece que esté bien —replica un agente, posicionándose defensivamente entre Ángel y yo.
Intento moverme y verlo por encima de sus hombros, pero el otro agente se pone en medio, justo delante de mí.
—Chico, respira —me dice en voz baja, como quien cuenta un secreto. Su tono sonando suave y sus ojos mirando fijamente a los míos, saltando de uno a otro como si buscasen algo escondido en mis pupilas —¿Estás bien? ¿Sucede algo? Si hay algo que necesites decir, podemos ocuparnos de ello.
Ángel me mira. No lo veo, pero lo siento. Me mira con ojos verdes y la pupila pequeñita, como la mirilla de un arma, me mira con los puños apretados y sangre en la boca de tanto morderse la lengua. Me mira como siempre me ha mirado cuando le he traicionado.
No quiero que me odie. Esta vez no he hecho nada, no voy a hacer nada.
—Ten...go —vocalizo, sintiendo que cada letra es un apretado dedo en mi garganta. Recuerdo cuando Ángel apretó los suyos allí ¿Hará lo mismo cuando lleguemos a casa? ¿Lo hará hasta dejarme sin aire? —tengo... —y se me escapan las lágrimas porque, maldita sea, quiero hacer las cosas bien. Porque tengo la oportunidad de escapar justo en la punta de mis dedos, de mi lengua, pero aun así una culpa tan grande me invade. Una culpa que no sé de donde viene —el inhalador... en... e-el coche, es... tengo un ata...que de asma.
El policía se levanta, asintiendo con calma.
—Ey, no pasa nada, dice que es asmático —explica a su compañero, que se lleva una mano a la cabeza como si hubiese tenido un despiste y luego sonríe y niega.
—Dejémosles entonces —responde el atónico policía. Mi corazón late fuerte y lento y mi respiración, cuando lo veo hacer una leve reverencia ante Ángel, empieza a sentirse menos como plomo y más como aire —, disculpe las molestias, no sabíamos del problema de su compañero.
—No pasa nada —responde Ángel en tono seco, mirándome de una forma verdaderamente indescifrable.
Cuando los dos agentes nos dan la espalda y se alejan él anda hacia mí, sus pisadas tan seguras que tengo la sensación de que harán temblar el pavimiento. El aire vuelve a pesar, los pulmones me duelen y la cabeza se me llena de puro miedo.
Me cubro el rostro cuando la sombra de Ángel me tapa la luz y tiemblo. Espero manos rudas tirando de mí, golpeándome, apretándome, y solo recibo un abrazo. Un abrazo tierno, largo y cálido.
—Estoy orgulloso, Tyler, tan orgulloso —susurra y su pecho baja con una profunda exhalación. Yo busco un hueco allí, fregando mi cara en su camiseta con olor a hombre y jabón como si fuese un gatito. Cuando quiero darme cuenta mi respiración imita a la suya: lenta, pausada y tranquila.
Pego mi frente a la tela sobre sus duros músculos y noto sus latidos en mi sien, sus manos en mi pelo y su orgullo en mi pecho. Está orgulloso. No enfadado, ni decepcionado, ni vengativo. Está... orgulloso.
Lágrimas llenas de alegría viajan a mis ojos y lo abrazo fuerte.
—Tan orgulloso, te quiero tanto, mi dulce chico.
—Gracias... —murmuro con mi pecho lleno de alegría, igual que mis ojos que ya se desbordan.
Alegría por haber sido capaz de mentirle a la policía.
Alegría por haber destripado mi única oportunidad para escapar.
Alegría por haber hecho lo que yo mismo sé que es una locura.
Pero es que solo él me va a querer con esta locura. Solo él me abrazará así, me mirará así, me protegerá así.
Llevo toda la vida solo, como en ese asqueroso sótano. Solo quiero quedarme con la persona que me ha sacado de ahí, incluso si es la misma que me metió. Ángel. Ángel. Mi Ángel.
Sus manos se sienten tan bien, tan apremiantes. Pone una en mi nuca y otra en mi espalda baja, como en el coche. Pero no se siente como en el coche.
Su mano en mi nuca masajea los lados de mi garganta, mandando escalofríos llenos de electricidad a cada pequeña parte de mi cuerpo, y juguetea a veces con pequeños rizos oscuros que atrapa de mi pelo, enroscándolos en sus dedos y tirando un poco, mimando mi cuero cabelludo después con el toque más dulce del mundo. Y su mano en mi espalda baja, oh, esa mano... traza círculos, primero sobre la camiseta y luego bajo ella: los dedos descendiendo hasta el borde de la ropa y luego ascendiendo despacio, discretos pero ardientes contra la piel.
Su cuerpo, grande y peligroso, atrapándome contra el coche, mi aliento acelerado condensándose entre ambos y sus exhalaciones lentas y cálidas, como las de una bestia, rozándome las mejillas.
Dios santo ¿Cuándo su tierno abrazo se ha vuelto una caliente cercanía?
—Lo has hecho tan bien —murmura Ángel, su voz llena de halago y sus manos de hormigueos que me corren bajo la piel. La mano en mi cuello deja de masajear para sostenerme y alzar mi rostro, la de mi espalda traza líneas en el borde del pantalón, como dudando de si burlar esa barrera de ropa también. —eres tan bueno, Ty —susurra fundiendo las palabras contra mis labios cuando me da un beso —tan bueno... —separa nuestros labios y los vuelve a unir, la misma lengua que me elogia me recorre la boca un segundo después, dejándome mareado y sensible, jadeando por más —tan bueno para mí...
Y quiero decirle que sí, joder, que quiero ser bueno para él, que quiero ser la mejor puta cosa del mundo y que siga llevándome al cielo como lo hace. Quiero vivir en el paraíso a partir de ahora.
Pero él no me deja responder y aunque lo hiciese dudo que mi lengua pudiese pronunciar nada, no temblando tanto o más que mis piernas ahora mismo. Se hunde en mis labios de nuevo, dientes traviesos mordisqueándome y haciéndome dar saltitos de dolor, manos firmes, que me recorren como una serpiente reptando, agarrándome ahora de la cadera, labios húmedos y chiclosos amasando los míos, chupándolos y soltándolos como si tratase de robarlos.
—¿Quieres ir a casa ahora, amor? —me pregunta rompiendo el beso. Me alzo sobre las puntas de mis pies para tomarlo de vuelta, pero él se aleja y repite la pregunta —¿Quieres que nos vayamos? —su tono se vuelve un poco más impaciente y aunque yo quiero protestar porque mis labios laten y se sienten fríos sin los suyos, debo responderle.
—Sí, por favor —digo con voz inocente.
Él sonríe y me recompensa con otro beso, pero es tan corto y frustrante que deseo llorar cuando se separa.
—Entonces iremos a casa —y acerca su rostro un poco más al mío, yo abro la boca y la cierro sobre aire cuando él se aleja un poco, sonriendo de forma pilla —, veremos una película con las palomitas, como si estuviésemos en una cita, y luego te haré un baño de espuma y te acariciaré por horas.
—Mhm... —asiento distraído, volando en una nube gracias a sus palabras y dándole pequeños besos en las clavículas para que mi boca no se sienta tan solitaria.
Mi cuerpo entero arde, mis adentros hormiguean. Ángel está orgulloso y yo quiero mi jodida recompensa. Quiero sus manos, su piel, su boca. Quiero a Ángel, lo necesito.
Ahora.
—¿Mhm? —repite en tono un poco burlón, agarrándome con suavidad del pelo y levantando mi mareada cabeza para besuquearme los labios superficialmente. Me muerde y me chupa la boca, dejándomela roja y necesitada, demasiado sensible. —Tan cansado que ni hablar puedes... ¿Quieres ir a casa y que te compense por lo bueno que has sido hoy? ¿Suena eso bien?
—Suena genial... —jadeo sobre su boca, desesperado. —, por favor...
Ángel ríe, un sonido atractivo y tentador que viene acompañado de una oleada de frío. Cuando se separa de mí me siento de nuevo expuesto en medio de la nada, pero me tranquiliza ver que está sosteniéndome la puerta del coche abierta.
—Ves entrando, yo guardaré las cosas en el maletero.
Asiento, andando con dificultad los tres pasos que tengo hasta la puerta. Mis huesos se sienten de gelatina y mi piel de jodido fuego. Oh, Ángel, quiero más de tus besos, quiero más mordiscos, labios pegajosos y manos rudas. Quiero mucho más que este besuqueo bobo que nos hemos dado, como dos adolescentes que solo se dan el lote en un parquin, quiero ir a casa, arrodillarme, lamer tu cuerpo, quiero tu lengua en el mío, tus manos, tu jod...
¿Estás bien? —pregunta él cuando jadeo audiblemente por el roce del cinturón contra mi pecho.
Quiero decir que no, que todo contacto ahora mismo se siente como hierro al rojo vivo en mi piel, que tengo calor y que mi cuerpo, como un volcán en erupción, está llegando al maldito límite. Pero me muerdo la lengua y asiento.
Él se aleja para cargar las bolsas en el maletero mientras yo me retuerzo en mi asiento, buscando una posición cómoda que no se sienta como si estuviese envuelto en alambre de espino. Espero pacientemente en el asiento, quieto, respirando profundo, pero sintiendo como mis adentros se revuelven. Mi estómago un huracán de mariposas, mis manos puro hormigueo y mi cabeza un remolino de pensamientos. Al principio los pensamientos son solo imágenes candentes, imágenes que me llevan de rodillas bajo una mesa, que me lleva a una ducha donde me toco pensando en él y luego a la cama, con él, pero luego las imágenes se convierten en súplicas y, al final, solo exigen. Exigen a Ángel, ladrando y gruñendo por un pedazo de él con el que deleitarse.
Y yo no puedo alimentar a las bestias de mi cabeza más que mirando por el retrovisor y salivando cada vez que sus brazos fuertes se flexionan para coger las bolsas y arrojarlas al maletero. Lo cierra después de un rato eterno y lo veo andar hacia el morro del coche. Cuando se sienta a mi lado y cierra, el portazo reverbera por todo mi cuerpo y doy un bufido de incomodidad.
Ángel prende el coche sin decir nada, pero sonriendo cada vez que me ve de soslayo y nota que estoy rojo y con la respiración acelerada. El coche pronto se aleja del supermercado y es extraño, porque esta vez no miro el paisaje ni pienso en lo bueno que ha sido salir hoy, sino en las ganas que tengo de llegar a casa, de ser compensado por lo bueno que he sido.
Oh, le he mentido al agente. Le he mentido por Ángel. Le he mentido a costa mía.
Pero luce tan feliz, como si no le hubiese traicionado un par de veces antes, como si no hubiese... llamado a mi madre desde su teléfono. El pensamiento me atraviesa como una aguja fría y siento un horrible malestar, pero no pasa nada ¿No? Ella no puede hacer nada con esa llamada y Ángel no tiene por qué saberlo. Además, colgué ¡Maldita sea, colgué a los dos segundos! Lo hice bien, fui bueno ¿No? Ángel me perdonaría si lo supiese, me halagaría, me diría que estoy siendo genial para él ¿Verdad?
Lo miro desde mi asiento, desesperado y con la cabeza hecha un lío.
—Quiero ir a casa... —musito, como un niño quejumbroso.
Él ríe un poco y me mira con ternura, luego su mano me revuelve el pelo y yo me estiro para buscar esa bonita caricia cuando se aleja.
—No te impacientes —me dice, su voz ronca, dulce, es tan jodidamente genial. Lo quiero diciendo mi nombre, diciéndome que tan malditamente bueno soy. Quiero palabras bonitas. —, no voy a conducir temerariamente, eso sería peligroso.
Ya, claro, peligroso. No como secuestrar a una persona. No como llevarte a esa puta persona de compras y dejar que hable con la policía. Já.
Y entonces vuelve a poner su mano sobre mí. No en mi cabello, no en mi rostro: en mi pierna. Los dedos fuertes se aprietan contra mi muslo, estrujando solo un poco mientras sus ojos serios siguen en la carreta y la otra mano maneja el volante. Me quedo mirando los dedos embobado, la forma en que su mano reposa sobre mi regazo con un gesto tranquilizador. Y no solo está ahí, la presión de su agarre es leve, pero suficiente para que mi cuerpo explote por ella. Quiero que su mano suba más, apriete más.
Miro al frente, la carreta se extiende infinitamente hacia el horizonte, como burlándose de mí.
Fin del cap ¿Qué os ha parecido?
¿Os gusta cómo está avanzando la historia? ¿Esperábais que esto sucediese?
¿Creíais que Tyler iba a intentar huir aprovechando que la policía estaba ahí?
¿Qué creéis que habría hecho Ángel si Tyler hubiese confesado todo?
¿Qué pensáis del conflicto interno de Tyler?
Gracias por leer <3 No vemos la semana que viene :D
Si te ha gustado el cap, recuerda dejar una estrellita (y un comentario si te apetece jeje) n.n
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