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No recuerdo haberme dormido, pero mi despertar es inolvidable. Primero un estruendo horrible me arranca de mi dulce sueño, luego la náusea y el mareo vuelven a tumbarme. Noto la boca seca y no veo nada, el brazo me duele horrores y está todo acartonado. Sobre mí se escuchan golpes y pisadas seguidas de lo que parecen gruñidos animales y, luego, esos mismos sonidos se transforman en palabras incoherentes. Entre ellas entiendo mi nombre.

Entonces reconozco el sonido: Ángel.

Intento subir por las escaleras en la absoluta oscuridad, pero no puedo apoyar en mi malherido brazo izquierdo sin notar mil disparos de dolor y mis piernas tiemblan demasiado como para que ponerme de pie sea una maldita opción. Uso mi brazo derecho para agarrarme a los tablones de madera y subir. Lentamente.

Es tan frustrante. Cada escalón que avanzo se siente como si el mundo ahí afuera ya se hubiese terminado y yo llegase demasiado tarde. Escucho objetos estrellarse contra el suelo y las paredes, el repiqueteo de sus piezas cayendo como lluvia segundos después. Y los pies de Ángel... parecen cobrar venganza contra el suelo con cada pisada, anda tan fuerte que siento que la casa entera tiembla y mi mente evoca los recuerdos de sus huellas en mi puerta de entrada.

Comprendo mejor su voz ahora. Dice mi nombre. No, no lo dice, lo grita, lo ruge, como un animal hambriento en busca de su presa. Me apresuro todo lo que puedo por subir las escaleras y por fin mi cabeza se topa con el techo; subo la mano derecha, empujando la tapa de la trampilla y abriendo una pequeña brecha. La luz me ciega los primeros instantes, pero parpadeo rápido y las formas que bailan frente a mis ojos se concretan: la encimera de la cocina, la mesa, la figura de Ángel, las llaves del coche en su mano izquierda, una escopeta de caza en la derecha.

Mi corazón da un vuelco y me quedo paralizado, mis grandes ojo café observando desde la grieta de la trampilla semiabierta, como un conejo a punto de volver a su madriguera en busca de refugio.

—¿Ángel? —pregunto, mi voz tiembla y mi tono es tan inseguro que juraría que no puede oírme bajo el sonido de él destrozando la casa en mi búsqueda.

Pero lo hace. De repente todo se queda en un estremecedor silencio, incluso parece que los pájaros del bosque callan, aterrados. La cabeza de mi captor se voltea lentamente hacia mí, con la boca prensada en una fina línea y los ojos abiertos e inyectados en sangre.

Veo la mano alrededor de la escopeta tensándose. Las venas resaltando, los tendones moviéndose y un ligero temblor del índice, que acaricia el gatillo. En un instante, su figura quieta y tensa como una estatua desaparece del lugar: corre hacia mí.

Quiero cerrar la trampilla y esconderme en mi pequeña madriguera, pero él toma el asa con todas sus fuerzas y tira de ella como queriendo arrancar la puertecita del suelo. Yo me agazapo en las escaleras, abrazándome a mí mismo y temiéndome lo peor. Espero el chasquido del gatillo y la explosión ensordecedora, el silencio, un casquillo cayendo al suelo, el húmedo sonido de mi cabeza salpicando todo el suelo de la cocina.

Pero lo único que escucho es un sollozo. Abro mis ojos cuando una mano me toma del cuello y tira de mí con fuerza hacia arriba. Choco con los labios de Ángel, salados por las lágrimas, y lo beso de vuelta, llevando una de mis manos a su hombro y la otra a la escopeta, asegurándome de que no me apunta.

Me besa desesperado, no, furioso. Sus labios, más que acariciar los míos, solo desvelan dientes crueles: me muerde la boca y la lengua hasta que noto sangre tapando el sabor de sus lágrimas. El brazo me da una punzada de dolor, cuando recuerdo que también hay sangre ahí y que ni en toda la vida podría derramar la suficiente para limpiar mi conciencia.

—Me desperté y no estabas a mi lado —gruñe entre beso y beso, sus labios brillando por el intenso rojo de mi sangre, su lengua interrumpiendo la mía antes de que pueda buscar una excusa. Me quejo bajito mientras mordisquea mis labios, ya llenos de marcas de dientes —, no estabas... —repite y su lengua recorre mi boca, cada pequeño lugar impregnado en sangre y saliva, como para asegurarse de que soy real. De que estoy ahí, en carne y hueso. —no estabas... —su pecho sube y baja rápido, la mano en mi cuello aprieta un poco más. —Iba a cazarte, iba a destrozar todo el bosque hasta encontrarte y meter una bala en cada una de tus rodillas, iba a...

Soy yo ahora quien le beso, cortando sus palabras. Muevo mis labios muy suave y cuidadosamente sobre su boca, asustado de que me muerda de nuevo.

—Sh, estoy aquí. Nunca me he ido, nunca me iré. —aseguro, él asiente y me corresponde al beso con la misma dulzura.

Se separa un poco de mí y me mira entero como si me viese por primera vez. Se ha lanzado ciegamente a ese beso sangriento, así que es ahora cuando se percata de mi brazo malherido. Abre sus ojos un poco, sorprendido y dice:

—Nunca más —el susurro es extraño, como una orden que se me mete bajo la piel en forma de escalofrío. Ángel deja la escopeta a un lado y me toma el brazo con ambas manos, observando los distintos cortes y pasando los dedos para arrancar la sangre seca y agrietada. —Yo soy el único que te marcará. —dice después, con sus ojos todavía fijos en mis heridas y los dedos pelando la capa roja y seca que me recubre los brazos. Se detienen cuando llegan al corte, no se atreven a tocarlo, pero hay un pequeño amago, como si Ángel desease poder arrancar las heridas cual mera pintura. —Las mías, Ty, son marcas de amor —se inclina hacia mí, dejando que su aliento me choque en los labios, ardiente contra las heridas que me ha hecho en ellos. —, pero esto... —susurra apretando mi brazo. Chupa aire, como si a él también le doliese, y cuando habla de nuevo suena como si fuese a llorar: —esto son marcas de odio.

Asiento en silencio, dejando que sus palabras calen en mí. No puedo evitar detestarme, pero no comprendo como él puede no hacerlo. Ahora mismo su comportamiento me resulta un misterio: me da un bonito beso en la mejilla, dejándome una marca parecida a las de pintalabios, y me toma de la mano para dirigirme al baño, donde me desnuda con suavidad, siempre cuidado de no rozarme las cortadas frescas. ¿Cómo puede pensar que no me las merezco?

Ángel se desnuda, cortando toda línea de pensamiento en mi cabeza. Su cuerpo es tan espectacular: grande, poderoso. Cada sólido centímetro de él se siente o como un lugar seguro o como una temible amenaza. Verlo sin ropa me hace temblar y tener demasiados recuerdos.

Me acerco a él tímidamente mientras se inclina para abrir el grifo de la bañera y coloco una mano en su espalda. Recorro la curva de la columna y él se voltea, dejando que mis dedos rocen su abdomen marcado y bajen cada vez más y más y más...

Con un suave tirón de cabello me tiene mirando hacia arriba, la boca abierta y disponible para sus besos. Hunde su lengua en mi boca y mi mano se hunde entre los bellos rizados que están más allá de las caderas. Mis dedos rodean su virilidad, notando como una erección empieza a formarse. Ángel jadea en mi boca, un ruido ronco y hermoso que hace que todos los vellos de mi cuerpo se ericen.

—Quiero llenarte de marcas —me dice con los ojos entrecerrados, separando un poco nuestras bocas. Me besa antes de que responda, porque no es ninguna pregunta.

Sus manos me rodean la cintura y me mueven suavemente. Yo sigo besando y masajeando, moviendo mi mano de arriba abajo mientras mi propia entrepierna empieza a despertar, y él me guía hasta la bañera. Nos hundimos en agua caliente sin romper nuestros besos y de golpe Ángel se despega y baja de un lametón a mi cuello. Todavía tengo cicatrices con la forma de sus dientes en él, pero al parecer no suficientes.

Se hunde con fuerza, chupando y mordiendo, dejando la piel ardiente. Yo lo masturbo más rápido y cuanto más aprieta mi mano sobre su gran hombría, más profundo encaja los dientes en mi tierna piel. La sensación es... es...

Que te castiguen se siente agridulce. Mal, porque duele, bien, porque lo merezco. Y también bien porque son los labios de Ángel los que me traen dolor, labios conocidos, labios que dicen cosas dulces, labios bonitos.

—Jodidamente precioso —murmura cuando se separa de mí. El aire se siente helado contra la marca pulsante y morada que me acaba de hacer. La lame un momento, como queriendo reclamar su propiedad sobre ella, sobre mí, y luego baja a mi pecho.

Jadeo cuando sus labios se cierran sobre este y chupa de nuevo. Mi cuerpo se paraliza y entonces él se detiene.

—Sigue —gruñe, agarrándome de la muñeca y apretando levemente.

Yo obedezco al instante, apretando la erección entre mis manos y moviéndome más y más rápido mientras él vuelve a hacerme un chupetón en el pecho. Cuando se despega puedo ver como florece el moratón en medio de mi piel demasiado pálida. Es bonito. Ángel respira agitadamente sobre mi pecho y lo muerde, dejando sus dientes marcados en un color rosado. Yo me contraigo, las sensaciones recorriéndome como un flechazo, atinando todo el rato en mi entrepierna.

Sus ojos se dirigen a esa zona prohibida y enrojezco de la vergüenza. Es ridículo, sonrojarme porque él ve mi excitación cuando yo tengo mi diestra en la suya, apretando el grueso contorno, subiendo y bajando por toda su longitud mientras mis dedos sienten la carne endurecer y la sangre recorriendo las marcadas venas.

Una de sus manos me toma de la cintura, manteniéndome quieto, la otra me agarra un muslo y lo aparta, abriéndome ante su vista. Yo aparto la mía, incapaz de ver como Ángel se relame al contemplar mi cuerpo, como su mano en mi muslo aprieta duro hasta dejar sus huellas amoratadas en mi piel, como el pulgar acaricia mi ingle y yo tiemblo, porque la piel en esa zona es más fina y más sensible de lo que jamás habría podido imaginar. Sus manos, bajo el agua, se sienten más pesadas que nunca y mi cuerpo increíblemente ligero. Es como si me manejase a su antojo.

Me gusta.

Baja en un camino de besos por mi pecho, llegando hasta la zona donde me cubre el agua, lame ahí, justo en el inicio de mi vientre, y el calor es tan intenso que siento que voy a evaporar esta bañera llena. Su mano en mi ingle sigue acariciando, apenas rozando un poco mis testículos y haciendo que duelan por la anticipación. Mi virilidad se halla ya tan dura y desesperada como la suya.

—No te vas a herir nunca más —ordena, sus ojos, clavados en mi erección, se desvían unos segundos hacia el brazo izquierdo, que está bajo el agua, con la sangre seca ya limpia y los cortes mostrándose en todo su esplendor. Largos, rojos, trazos furiosos que me cubren casi todo el antebrazo y que nunca se irán del todo.

—Nunca... —murmuro desesperado cuando su pulgar avanza un poco, hacia mi pubis, y roza maliciosamente la base de mi pene.

—No te irás nunca más —añade, la voz ronca, el dedo empezando a acariciar mi longitud.

—Nunca... —digo en un hilillo de voz.

Mi mano alrededor de su erección está floja, los dedos flotando el agua, mi cuerpo febril sintiéndose al borde del desmayo. Quiero ser tocado. Por favor. Por favor.

Y pareciera que Ángel está en mi jodida cabeza, porque de inmediato sus dedos rodean mi eje y un tremendo alivio me sobreviene. Su mano es grande y abarca fácilmente mi rosada intimidad, tan cálida, la palma un poco callosa, pero sus movimientos siempre suaves como para compensar. Empieza a moverse despacio, tanto que se siente como una tortura, el placer me recorre a oleadas mientras me masturba y yo solo quiero temblar y pedirle que vaya más rápido.

Él me agarra de la muñeca derecha, dirigiendo de nuevo mi mano hacia su hombría.

—¿Quién te ha dicho que pares? —pregunta en mi oído. Me estremezco por su voz, tan profunda, tan demandante.

Mis dedos temblorosos hacen su mejor esfuerzo por volver a afirmarse en su entrepierna. Lo rodeo, endureciendo yo al notar su grosor y el intimidante tamaño de su excitación. Miro de reojo y mi excitación no hace más que crecer al ver sus grandes piernas abiertas para mí y entre ellas mi mano tratando de manejar su pene. Luego mi vista lo recorre de modo que paso por su amplio pecho, los hombros anchos y el brazo derecho, extendido hacia mí. Trago saliva viendo el trabajado y venoso antebrazo y como, al final de este, su mano cubre mi entrepierna y juguetea con ella.

Jadeo, empezando a masturbarlo rápido en un intento desesperado de que él haga lo mismo por mí. Ansío tantísimo su toque, su cercanía. No quiero que me abandone nunca, no quiero que él piense que yo sería capaz de eso.

Sollozo de frustración mientras ambos nos tocamos, el acrecienta el ritmo y siendo el calor subiendo por mi cuerpo como un volcán en erupción. Se inclina hacia mi rostro y lame mis lágrimas pasando su lengua por mis mejillas, mi mentón, mis labios. Me besa de nuevo.

Su lengua hábil y húmeda, sus gruesos labios, el cabello dorado rozándome el rostro y esa respiración caliente y pausada entre nuestras bocas. Sus besos son demasiado calientes para ser el cielo, demasiado divinos para ser el infierno. Joder, Ángel es tan confuso, tan incorrecto y agradable a la vez, un maldito desastre que me permite enredarme en él y olvidarme de todo lo demás: la culpa, el miedo, el rencor.

Con él todo es Ángel. Ángel y sus manos. Ángel y su boca. Ángel y la manera concreta en que besa el punto suave entre mi oreja y mi cuello mientras sus manos suben y bajan y el pulgar roza la hendidura húmeda de mi pene.

Oh...

Se siente tan bien y desesperante a la vez.

—Ángel... —jadeo, tocándolo más y más rápido, orgulloso al ver que su pecho sube y baja con más frecuencia, que su respiración se agita gracias a mí y que se muerde el labio de puro placer. —, por favor...

Su mano imita a la mía, aprieta y se desliza con presteza. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Cada movimiento una oleada de placer. Mis ojos ruedan en sus cuencas, quedándose en blanco. Sus dedos extienden el éxtasis por mi cuerpo y mi piel sensible recibe sus besos, lamidas y mordiscos con gusto.

—Eres mío. —susurra, un sonido débil, pero cargado de tantas sensaciones.

Y al siguiente segundo, explota. Explotamos, porque al notar la tensión en su cuerpo y la forma en que su erección se estremece, soltando su semilla blanca, yo no puedo evitar llegar a mi límite también y gemir mientras me corro en su mano.

Agotado, me deslizo hasta el fondo de la bañera. Mi cuerpo ahora mismo no es carne y hueso, solo hormigueos bonitos. Ángel me pesca antes de que me hunda, reclinándome sobre su cómodo pecho. Yo me restriego contra él, acomodándome y cerrando mis ojos, respiro lento y tranquilo, convencido de que no hay mejor lugar en el mundo que este espacio calentito entre sus brazos donde puedo oír su corazón.

No quiero irme nunca de aquí.

—Nunca me iré. —digo en alto. Un pinchazo me recorre cuando solo recibo silencio. Un silencio demasiado frío. —Te lo prometo, pero sé que no me crees ¿Verdad? Porque ya te mentí una vez...

—Puedo ponerte a prueba, si tanto deseas ser creído.

Levanto la cabeza con sorpresa, mirándolo a los ojos en busca de alguna señal de burla. El verde está tranquilo, mirando algo a lo lejos.

—¿A qué te refieres?

Él sonríe un poco.

—Sal de la bañera, vamos a salir.

Fin del cap ¿Qué os ha parecido? 

¿Os ha gustado?

¿Qué creéis que hará Ángel?

¿Qué pensáis de su reacción al no encontrar a Ty?

Gracias por leer<3


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