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Me he dado cuenta de algo: sueño en negro. No recuerdo ya ni la cara de Ángel y me es tan difícil pensar colores o paisajes, incluso el aspecto mismo de esta habitación no logra tomar forma en mi cabeza, así que cuando duermo sueño con un mundo oscuro y mudo. Estoy atrapado en este sótano de pesadilla incluso en las partes más recónditas de mi mente, porque en mi imaginación antes erigí un reino de libertad y esperanza, donde de niño era un héroe o un dragón, un hombre forzudo, un astronauta o hasta un perro parlante. En mi imaginación me permití construirme un puente ficticio que iba desde mi infancia hasta mi presente, flotando sobre la laguna de mi memoria: me imaginé popular, divertido y risueño, un chaval humilde con la única expectativa de una vida sosegada y feliz. Incluso al inicio de toda esta mierda mi imaginación me permitió escapa de Ángel y una y otra vez: en mi cabeza, cuando crucé el pasillo la primera noche de este infierno, él no cerró la puerta con pestillo y yo logré huir hasta la comisaria y también, aquella vez que me rompió el tobillo, yo logré subir al coche, destrozar la puerta del garaje y pisar a fondo hasta dejar a Ángel tan atrás. En mi mente ya se había celebrado el juicio y él estaba entre rejas mientras yo comía palomitas dulces viendo el telediario.

Pero ahora él ha arrojado mi imaginación a este lugar conmigo, nos ha encerrado a ambos con llave y a ella también la ha roto y encadenado, porque es incapaz de salir de este oscuro paraje e imaginar algo más allá de la negrura que no me deja ver ni mi propia nariz. Ya no me imagino libre, porque no puedo pensar en el sol, en el calor sobre la piel, el aire limpio de la montaña recorriéndome el cuerpo con una larga inhalación o la comodidad de una cama limpia. Ahora mi imaginación es rehén de un loco y de locos recuerdos que vienen ahora como atraídos por una miseria familiar.

No puedo imaginarme un desenlace feliz y mi memoria se burla de mí, escupiéndome tristes memorias donde antes había un vacío lleno de posibilidades, ahora habitado por la certeza de que tampoco puede recordar tiempos felices. Ni el pasado, ni el presente ni el incierto futuro son capaces de darme un solo minuto donde pueda pensarme tranquilo, sonriendo. Estoy condenado.

De repente, escucho un largo crujido y mis ojos duelen. Y reconozco el dolor y las lágrimas antes que la luz porque me resulta ya tan extraña, tan lejana, que parece algo que no soy capaz de manejar o comprender, de percibir siquiera. Pero al final lo hago y las cosas toman forma a mi alrededor: las esquinas de la habitación, el suelo irregular, lleno de restos de comida y botellitas de agua, la cadena que me une a este lugar y el tobillo inflamado, rojo y brillante que me mantiene en cama por el dolor junto al hombro y la cabeza y, al final, la silueta de Ángel.

Silba mientras baja las escaleras y yo estoy tan sorprendido que no puedo ni pestañear. Me aterra demasiado pensar que tan pronto me atreva a cerrar los ojos se desvanecerá, como una ilusión engañosa que solo juega conmigo.

Pero poco a poco su imagen es más clara, más detallada y estoy convencido de que mi imaginación incapaz de formar en mi cabeza una brizna de hierba sería incapaz de fabricar una imagen tan vívida. No, sus manos grandes y anilladas, las arrugas de su camiseta sobre el fuerte pecho, las largas, gruesas pestañas y los mechones claros que caen sobre su frente brillante no pueden ser mentira.

Es él. Ha vuelto.

De repente el dolor de mi cuerpo y alma no son nada en comparación a esta gran alegría. De repente no me siento estúpido por tener esperanza. Corro hacia él, lanzándome a sus pies y le abrazo las piernas. Quiero agradecer, quiero disculparme por haber sido desobediente la última vez y pedirle por favor que se quede conmigo y me hable un rato, pero no me salen las palabras, solo berreos y lloros.

—Por Dios, esto es un desastre. —se queja Ángel avanzando y haciéndome desligarme de sus piernas.

Yo lo sigo, arrastrándome por el suelo y tratando de no llorar tan alto y patético, y me fijo de que trae dos cajas muy grandes, una en cada mano. Cuando llega a donde está mi cama las deja ambas en el suelo e incluso si es delicado las cajas se escuchan realmente pesadas.

—Con estas neveras tendrás para meses, son mucho mejores y más grandes —explica golpeando el exterior de una de las cajas con su mano, como testeando su dureza.

Sus palabras me alcanzan como un disparo en medio del pecho. El dolor, tan intenso, me deja callado unos segundos, luego el terror echa tentáculos en todo mi cuerpo y me siento histérico.

—¿M-meses? ¿Vas a irte meses? —pregunto incrédulo, incluso se me escapa una corta risa de nerviosismo.

Él me mira directamente a los ojos con una cara totalmente seria y dice:

—Sí.

Luego se vuelve hacia las escaleras y siento que voy a vomitar de los nervios.

No, esto otra vez no.

—¡Espera! —grito con todas mis fuerzas. Él se voltea extrañado y deja de andar. Gracias a Dios que deja de andar.

—¿Qué? —pregunta con antipatía.

Mi corazón corre como loco en mi pecho. No puedo pensar. Él no dice nada, solo espera ¿Cuánto tiempo tengo antes de que se harte y se vaya? Mi respiración jadeante llena el silencio y su mirada afilada se siente como un puñal apretándose contra mi garganta.

Tengo que pensar rápido.

Tengo que decir algo.

Tengo que sobrevivir.

—¿Cuántos... cuántos meses te irás? —pregunto lo primero que se me viene a la cabeza.

Él muerde la carne de su mejilla y mira hacia arriba, pensativo. Se voltea un poco para encararme y responder y yo suspiro de alivio. Sí, eso es. Mírame a mí, acércate a mí, no te vayas. Me has dicho que ibas a cuidar ¡Entonces hazlo!

Intento sosegarme, mi cara está roja y sudorosa, no puedo parar de jadear y cuanto más ruido hago al respirar peor me mira él. No quiero disgustarle.

—Un par de meses por lo menos —dice como si nada, su tono estoico y tranquilo es como una mano de hierro que me revuelve los adentros y me deja temblando desde mis mismísimos cimientos. —, depende del trabajo y las ganas de volver que tenga.

—Um... ¿Por qué t-te vas tanto tiempo?

—No tengo por qué darte explicaciones. —objeta cortante, luego me mira despectivamente y vuelve a encaminarse hacia las escaleras.

¡No! Le he enfadado ¡No debería haber dicho eso! ¡Soy idiota! ¡Idiota!

—¡L-lo sé! No pretendía exigirte explicaciones ¡Lo siento! Solo quería decir, Ángel —y cuando oye su nombre sostenido en mis labios se para. Tiene un pie en el escalón, pero su cara está girada hacia mí ahora, he logrado llamar su atención —, que me gustaría mucho que vinieses a verme alguna vez cada día o cada varios días, cuando tu veas, pero... no sé, es... solo quería saber si podías venir a verme de vez en cuando, incluso si estás atareado, solo unos minutos y prometo que haré que valga la pena.

—La última vez no hiciste que la valiese —rechista con un tono duro al que sé que no puedo objetarle nada, tan lleno de rencor. Eso es lo que es este abandono: un castigo. Un castigo de soledad por no haber valorado su aterradora e infernal compañía.

—Por favor... por favor... solo dame cinco minutos cada unos cuantos días, Ángel, no te haré perder el tiempo, lo juro.

Él ríe con sarcasmo, un sonido seco y fuerte que bien podría ser el de mi corazón cayendo a pedazos.

—¿Qué no me harás perder el tiempo? Espera... ¿Te crees que vivo aquí? —mi cara se descompone por la sorpresa, no había pensado en ello. Él se ríe más alto aún y yo me siento tan pequeño y necesitado que en cualquier momento podría desaparecer. —Esa es mi casa para veranear y pasar tiempo cuando me apetezca, pero está demasiado lejos como para que esté molestándome en venir a verte cuando no hay nada que me dé ganas de quedarme, no tengo tiempo para eso. No tengo tiempo para ti. No si cada vez que vengo me tengo que ir decepcionado.

Jadeo al oír sus últimas palabras. Tan crueles, tan directas. Su rostro no ha cambiado desde que entró y sin embargo el mío se ha hundido en un lago de lágrimas ¿Cómo puede destrozarme con esa calma? ¿Cómo puede la misma boca que asegura que me ama escupirme palabras que duelen como puñales?

—¿Puedes quedarte un rato más al menos? Por favor... —murmullo con el corazón en un puño, pero sé que no hay esperanza cuando la madera del escalón cruje.

—¿Haciendo qué?

—No lo sé —confieso rompiendo a llorar y ocultando mi rostro entre mis manos —, lo que tú quieras. Por favor.

Se forma un pequeño silencio, de esos eternos donde solo se escuchan las respiraciones del otro. La suya es tan calmada y profunda, casi arrulladora, como el sonido de la ventisca que se crea en parajes tranquilos e inocentes.

—Paso. —sentencia y cuando empiezo a escuchar los demás escalones crujir aparto la vista porque no soporto ver como la luz se va poco a poco, como el exterior brilla tantísimo y está tan cerca, pero yo sigo hundido en este terrible pozo de desesperación y veneno.

Y cuando vuelvo a ver todo oscuro me pongo a gritar como un loco.

Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

¿Creéis que Ángel va de farol?

¿Cuáles pensáis que son sus intenciones tras su comportamiento?

¿Qué opináis sobre la forma en que está construido el personaje de Ángel?

Gracias por leer, os quiero mucho y aunque no tengo tiempo de responder a todos, leos vuestros comentarios y me llenan de amorcito <3

Si todo va bien, la semana que viene me operarán por segunda vez de las muelas del juicio y para cuándo esté mejor ya estaré cerca de terminar el máster y tendré más tiempo para escribir y ser más activa por aquí <3


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