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Por un segundo dudo de si ha hablado él, su boca apenas se ha movido, pero la voz suena fuerte y poderosa. Demandante. Nada que ver con los titubeos y risillas del chico que quería ligar conmigo hace un rato.
Le aparto la mirada, sintiéndome culpable por haberme quedado tanto rato embobado con su cara. Debo haberle puesto incómodo, por eso ha hablado, pero ¿Recordarle? Oh, no... Si es una especie de ex novio mío de la adolescencia esto será incómodo de cojones. No quiero lidiar con esta clase de cosas, menos tener que explicar mi amnesia parcial cuando el brazo me duele tanto. Oh, y la cabeza, no nos olvidemos de ella, que siempre busca atención doliendo como una condenada ¡Ni que fuese tan interesante mi cerebro!
—Uhm... disculpa, es que no tengo buena memoria —digo vagamente. Y esta vez miro la ventana en busca de señales que me digan cuanto falta para llegar al dichoso hospital.
—Auch —dice bromeando, aunque su risa suena dolida. Luego aprieta el volante y pisa más el acelerador, todavía con los ojos serenos en la carretera —Bueno, ha pasado mucho tiempo y he crecido, tiene sentido ¡Yo te reconocí al instante! Me daba algo de vergüenza decírtelo, pensaba que sacarías tú el tema, pero claro, si no te acuerda de mí. Ah, que me voy por las ramas: fuiste mi niñero durante un año.
—¿Tu niñero? —pregunto escéptico. Lo miro de arriba abajo, esperando que estalle en carcajadas y me diga que es una broma tan mala como sus otros intentos de atraerme.
Él se queda callado y yo lo miro de nuevo. Repaso su cara y por más que me fijo no logro recordar. Hay algo ahí, una sensación de que debería saber quien es, pero nada concreto que me ilumine.
—¿Cuántos años tienes? —me aventuro a preguntar. Es joven, pero no tan joven ¿Verdad?
Él suelta una pequeña carcajada. El motor ruge, agarra la palanca y la hace moverse con un seco crujido. El paisaje de mi ventanilla se vuelve líneas horizontales.
—Fuiste mi niñero cuando yo tenía doce años, tú tenías diecisiete. —explica pacientemente.
Lo que dice es enteramente posible. Es decir, es impensable que yo ahora me plantee ser niñero, pero a los diecisiete... Mi yo de entonces es un desconocido para mí. No recuerdo nada, absolutamente nada, de mi adolescencia. Mi amnesia no me sorprende, la tengo desde hace siete años y no me hace la vida más difícil. De hecho, más que hacer, deshace.
Es normal que durante esos ocho años yo hiciese cosas, conociese a personas y entablase distintas relaciones. Es normal que esas personas en mi vida me reconozcan. Es normal que para mí ellos me sean tan desconocidos como yo de hace siete años.
Pero no se siente normal.
No tengo ningún vínculo con mi pasado, tan siquiera sé dónde vive mi madre o su número de teléfono. Es fácil para mi vivir como si ese tiempo hubiese estado realmente vacío, pero ahora las palabras de Ángel me provocan un horrible escalofrío. Me siento intranquilo, enfermo. La consciencia de haber perdido un pedazo tan grande de mi vida me aterra y eso que el tiempo que pasé de niñero fue una ínfima fracción de todo lo que no sé.
Me asusta que mi pasado me sea tan extraño.
Cuando alguien te cuenta tu propia vida y es la primera vez que lo oyes es como si de repente no supieses quién eres. Me pregunto ¿Si no hubiese perdido la memoria, sería quien soy ahora? Todo lo que soy, todo lo que sé de mí ¿Es solo un accidente? ¿Cómo mi amnesia? Es como si hubiese muerto y un extraño ocupase este cuerpo. Me siento un impostor en mi vida.
Siento náuseas por un segundo, me pican los ojos. No sé bien por qué. Tan siquiera puedo anhelar esos años o mirarlos con desprecio o con diversión o con lo que sea. No tengo derecho a mis recuerdos.
—Fue un año muy bonito para mí, la verdad, aunque debí haber previsto que me olvidarías. —dice Ángel negando, desesperanzado. Sonríe mientras lo hace, pero parece profundamente herido.
Su voz logra sacarme de mis pensamientos y una estridente oleada de dolor me inunda la cabeza. Cuando pienso demasiado en mi historia sucede esto, siempre. Es como tratar de forzar una puerta que tiene las bisagras ancladas en las partes más sensibles de mí.
Miro a Ángel. Cuando yo tenía diecisiete... un año antes de sufrir ese ataque. Si hubiese sucedido en aquel entonces ¿Ángel sería parte mi vida ahora? Quizá él me hubiese dicho donde vivo o cuál es el segundo apellido de mi madre o algo así. Pero tuvo que pasar en ese momento.
De repente, algo me viene a la cabeza.
—Entonces tienes veinte años ahora. —le digo a Ángel.
Él me mira con una ceja alzada, posiblemente preguntándose por qué he tardado tanto rato en caer.
—Si, bueno, así funcionan las matemáticas. —dice mientras expulsa aire por la nariz.
—Te saco cinco años y parece al revés. —comento, aprovechando mi frase como excusa para mirarlo de nuevo.
Espero que algo me aparezca en la cabeza. Miro su boca roja. Lo que sea, una imagen. Sus cabellos castaños, rizándose en la nuca. Una voz, un sonido. Sus ojos de un profundo añil oscuro. Nada.
Me rindo, y mis ojos caen inintencionalmente sobre su cuerpo. Los muslos anchos apenas caben en el asiento y de hecho lo tiene tirado hacia atrás para no andar con las rodillas encogidas. Río un poco.
—Pues no sé de qué te alimenté a los doce años, pero vaya si te ha ayudado a crecer... —bromeo, recostándome más contra el respaldo del asiento. A él le brilla la mirada y aprieta los labios.
—¿En serio no recuerdas? ¿No recuerdas esos horrendos bocadillos llenos de chocolate y azúcar que me hacías solo cuando yo insistía mucho? ¿No recuerdas como después me decías que me saldrían caries y yo me asustaba tanto que me tiraba media hora lavándome los dientes?
—Perdona —digo suavemente, incómodo por la desesperación en su voz ¿Tan importante es para él? Ángel inspira con fuerza y el motor ruge de nuevo. —, ya sabes, fue hace muchos años y yo tenía muchas cosas en la cabeza, así que los detalles están algo difusos. Pero sí que recuerdo que era un niño encantador. —sus manos se relajan un poco sobre el volante y veo que su boca, tensa como un corte en la cara, se relaja formando una pequeña sonrisa. No es satisfacción lo que hay en su rostro, tampoco alegría, solo un profundo alivio.
Debería sentirme culpable por mentirle, la realidad es que no puedo siquiera recordar si lo que él dice es cierto o no, pero ¿Por qué iba a mentirme? Además, una mentira piadosa tan pequeña no hará daño a nadie.
—Es comprensible que no lo recuerdes bien —dice al cabo de unos minutos, su voz monótona y seria. Mira a la carretera como si no la viese, con expresión pensante. —; al fin y al cabo, fue solo un aburrido trabajo de niñero. Nada memorable.
Yo asiento con incomodidad. Él mismo lo ha dicho y seguramente sea verdad, pero tengo la sensación de que no piensa para nada de ese modo, de que si le digo que un trabajo de niñero es algo que uno hace sin pena ni gloria, su rostro juvenil y hermoso se deformará en algo de pesadilla. Un monstruo de piel ennegrecida por años de rencor, de boca grande, abierta con horror, lista para gritarme con voz gutural mil maldiciones.
Lo miro de nuevo, indiscreto, y aunque su nariz, ojos y boca con los mismos, siento que hay algo diferente. Algo más maduro, más enfadado. Una fina capa está a punto de romperse.
El coche se detiene de repente y me balanceo bruscamente hacia delante, con nerviosismo, aparto mis ojos de él, temiendo haberlo hecho enfadar por la forma en que no dejo de observarlo. Soy un patán.
Él se queda estático, manos de piedra agarrando el volante, su rostro, serio, clavado en la carretera y el pie desacelerando con un lento y fluido movimiento apenas perceptible para la vista. Espero, nervioso, entonces me habla sin mirarme.
—Ya hemos llegado.
Yo me sobresalto y recuerdo de repente el por qué estoy en el coche de un extraño. Con mi consciencia, vuelve un pinchazo en mi hombro, que me acaba de clavar en la realidad. Por Dios, la conversación ha sido tan extraña e incómoda que casi me había olvidado de mi brazo. Me volteo hacia la ventanilla, volviendo mi vista al exterior de ese espacio angosto, tenso, en que se ha convertido el coche, y veo el gran edificio blanco del hospital a menos de veinte metros.
—Ah —dice Ángel, llevándose una mano a la cabeza como si le doliese. —, mira que soy tonto. Se me había olvidado de que tengo que ir a trabajar hoy. Pero en tres horas puedo estar de vuelta por si necesitas que te acerque a tu casa, sé que es mucha espera, pero no puedo hacer más. —se excusa, mirándome con expectación y jugando con sus manos sobre el regazo.
Yo hago un gesto de manos para restarle importancia, sonriéndole ¿Por qué hace un rato este tierno chico me ha parecido tan intimidante? El dolor del brazo debe haberme afectado de veras, aunque estaba tan metido en la conversación con él que ni lo sentía.
—No, no te agobies, cogeré un taxi. Mi casa queda lejillos, pero tampoco es para tanto.
Ángel me sonríe con amabilidad y asiente, después de eso sale del coche, lo rodea, como antes, y me abre la puerta. Extrañamente, ya no me siento tan molesto por recibir su ayuda. Es innecesario, pero también gentil y agradable.
—De acuerdo, cuídate mucho. —me dice mientras salgo del coche.
Yo le agradezco mudamente y le doy la espalda, deseando llegar al hospital, pero de repente su voz me alcanza de nuevo.
—¡Y cuando vuelva a por el armario ya lo llevaré yo solo!
Pienso en voltearme y fingir una risa, por pura cortesía, pero sigo andando hasta que su motor ronronea de nuevo. No me hace ninguna gracia la broma y me siento demasiado drenado como para responder.
Solo quiero que este día termine pronto. Ah, apenas son las diez de la mañana.
Fin del cap ¿Os ha gustado?
¿Qué os ha parecido la conversación en el coche?
¿Qué os parece Ángel?
¿Qué pensáis que pasará a continuación?
Nos leemos en el próximo <3 No olvides votar y seguirme si te gusta la historia, que solo son dos clicks y me hacen muy feliz, comenta si tienes tiempo, si te aburres o si tienes algo que realmente quieras decir y pásate por mi perfil si la actualización te sabe a poco y quieres algo más que leer hehe
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